“El síntoma Garzón” por Gabriel Albiac
El juez cruje la grieta más frágil de la Constitución española. Lo del magistrado no es jurídico. Por eso es síntoma. Y tan grave.
Garzón es síntoma. Y es esa su importancia. Y es lo que nos exige perder tiempo, dando vueltas en torno a lo más tedioso en el tedioso mundo: un juez incompetente. Síntoma de lo más letal para una democracia: la permeabilidad entre dos poderes estancos, política y justicia. De no darse ese alto riesgo, la figura puerilmente vanidosa del juez nos movería a risa: los vanidosos son, al fin, legión casi coincidente con la legión de los necios. No hay adulto normal que no sepa del desasosiego de mirar a ese extraño que ante nosotros ponen los espejos. A la desazón del «yo odioso», que con tanta belleza analizara Pascal hace cuatro siglos, sólo escapa el muy tonto o el muy loco.
Garzón es síntoma, sin embargo. Más allá de sus pobres limitaciones. Y aun de esa desmesura entre cargo y personaje, tan común en las altas esferas de este triste país regido infaliblemente por los peores. Síntoma de lo más grave: de que algo en el sistema constitucional español ha fallado desde el principio; de que ese algo afecta al pilar clave de la seguridad con la que el ciudadano pueda esperar de sus jueces un criterio por completo despojado de adherencias políticas. Yo, que voy siendo por edad y oficio cada vez más inmoderadamente antiguo, no veo corrección alguna que hacer a la fórmula con la cual, en el verano francés de 1789, se fijaran los términos de la primera Declaración de derechos del hombre y el ciudadano, y, con ella, la frontera última del constitucionalismo moderno: «Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no esté asegurada y la división de poderes no esté determinada, no posee Constitución». Aunque sueñe tenerla. La lectura del reciente libro de Mariano Sánchez Soler, Baltasar Garzón, tigre de papel, me ha forzado a mirar de nuevo eso que es lo que en la España contemporánea más me duele admitir: que aquí no hay garantía jurídica digna de tal nombre. Todo el que haya pisado una redacción de periódico en estos años lo sabe: cada vez que un procedimiento judicial trascendente se ha producido, bastaba con hacer recuento de los magistrados; éstos pertenecen a tal grupo, éstos a tal otra tendencia; sumabas y restabas, mucho antes de que la vista oral se iniciase; no te equivocabas nunca. No era perversidad humana. O no era sólo. Era un sistema incompatible con el constitucionalismo moderno. El que inauguró la Ley orgánica del Poder Judicial de Felipe González; y que perpetuó la Ley Orgánica del Poder Judicial de Aznar: el nombramiento de la cúpula judicial por los partidos políticos. Garzón sacó de ello las últimas consecuencias. Y su obsesión por las primeras páginas (ese papel de prensa al cual alude el título del libro) es sólo signo de la vidriosa prioridad que prensa y propaganda han asumido en la política de nuestros días.
Los juristas académicos –aún quedan– subrayan estupefactos, estos días, la aberración jurídica mediante la cual un juez de la Audiencia Nacional abre procedimiento por un delito de falsedad en documento oficial, para el cual carece de jurisdicción. No importa. Lo de Garzón no es jurídico. Por eso es síntoma. Y tan grave.
Publicado por el diario LA RAZON el lunes 2 de octubre de 2006. Por su interés informativo reproducimos íntegramente su contenido.
“Los tres 'liaños'” por Federico Jiménez Losantos
Si no existiera el caso Liaño como prueba de los extremos de escándalo y politización a que se ha llegado en España sirviendo desde la Justicia al poder político y mediático del PRISOE, hablaríamos del caso de los Tres peritos como límite de la desfachatez judicial. Mas, para deshonra de la Justicia española, el caso Liaño existió; García Ancos y Bacigalupo el de los Estigmas existieron, vaya si existieron; y Baltasar Garzón traicionó a los que se creían sus amigos, Liaño y Márquez de Prado, vaya si los traicionó. El aflautado juez no vaciló en ir en las listas electorales como número 2 de Míster X, jefe de los GAL en su organigrama, en cuanto le prometió un supercargo. Y como no lo cumplió, desenterró el sumario del GAL y lo empapeló. Pues bien, el caso Liaño y aquella hazaña ética del 93 son los antecedentes de la penúltima de Garzón, que se ha prestado a linchar a tres policías decentes como si de tres liaños se tratara. Y lo ha hecho con un descaro que incluso en él, tan chapucero instruyendo, resulta zafio.
Ayer, Victoria Prego lo explicaba a la perfección: «Lo que aparece nítidamente como un presunto delito de falsificación en toda regla perpetrado por mandos policiales pasa por las manos de un juez que no es competente para instruirlo; que ha recibido la orden de abandonar esas diligencias; que hace caso omiso de esa orden de sus superiores; que, con la abnegada ayuda del fiscal jefe de la Audiencia, sigue adelante con el asunto, al que impone el secreto sin motivo alguno; que hace declarar a los peritos de madrugada, sin abogado y sin que se sepa todavía qué ocurrió en el transcurso de esas horas y hasta qué punto fueron coaccionados o amedrentados; y que le da la vuelta al caso y a la verdad de tal manera que los tres peritos que se atrevieron a denunciar la falsedad cometida por sus mandos salen de la Audiencia imputados como falsarios, mientras los presuntos verdaderos culpables quedan impunes».
«Todo esto -seguía- ha sido perpetrado en cuestión de horas por un juez que actúa sin competencias, por la noche y en secreto, con evidente mala fe, y habrá que comprobar si también con afán coactivo y de manera ilícita. Y resulta que, como en los peores tiempos de las peores dictaduras, ese hecho escandaloso es aireado por los acólitos del Gobierno con tantos aplausos y tal grado de grosería intelectual que se ha ganado a pulso la calificación de propaganda (...) saltándose toda regla que se oponga a su fuerza, oscureciendo la realidad, tapando los focos de luz, retorciendo la legalidad y haciéndose acompañar de gran aparato de fuegos y petardeo. Para asustar».
Curado de espanto en el caso Liaño, veo tres diferencias: Garzón tiene más años y kilos: en vez de un juez, hay tres policías honrados vilmente linchados; y al trabajo sucio de El País; se ha unido el sucísimo del ABC. Pero aquella tragedia, aunque como farsa, se repite.
Publicado por el diario EL MUNDO el lunes 2 de octubre de 2006. Por su interés informativo reproducimos íntegramente su contenido.